ESTEPA Y MONTE PATAGÓNICO

ESTEPA

Conozcamos el contexto donde viven nuestras aves

Si quiere conocer que características presenta nuestra estepa patagónica clikee en ingresar

FORMACIÓN DE LA ESTEPA
MAMÍFEROS DE LA ESTEPA
AVES DE LA ESTEPA
OTROS SERES DE LA ESTEPA

Correcciones a cargo de Lic. Andrea Medina y Mgs. Sergio Tiranti -AUSMA UNCo-



MONTE

Conozcamos el contexto donde viven nuestras aves

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FORMACIÓN DEL MONTE
AVES DEL MONTE

FORMACIÓN DE LA ESTEPA


Es un Bioma de vegetación herbácea y arbustiva (en color amarillo); arbustos y subarbustos que comprende en su mayor parte, de un territorio llano y extenso, con un clima continental árido o semiárido. La extensa región patagónica -alrededor de 750.000 km2 , abarcando el sudoeste de la provincia de Río Negro, la mayor parte del Chubut, casi toda Santa Cruz y norte de Tierra del Fuego- se presenta como una sucesión de mesetas y terrazas, notablemente planas o suavemente onduladas y cuyos bordes caen en barrancas hacia las depresiones, valles o cañadones que, en general, descienden en forma escalonada desde las estribaciones orientales de los Andes Australes -en que tienen alturas de hasta 1.500 m- hasta el litoral atlántico. Su origen se remonta a los primeros tiempos geológicos, a la aparición del Macizo Patagónico, núcleo continental precámbrico que junto con el Brasilia conformaron la América rneridional, como parte del primitivo continente Gondwana. Sobre este basamento cristalino -que aún aflora en sitios como el Macizo de Somuncurá o la Pampa de Gastre- se depositaron mantos de rocas eruptivas -basaltos- y sedimentos terrestres y marinos, correspondientes a sucesivas ingresiones del mar durante el Secundario y el Terciario. La superficie de la Patagonia está cubierta por un manto de rodados (el más extenso del mundo), guijarros redondeados cuyo tamaño varía del de una nuez al de una naranja, los que originados quizás en la cordillera fueron acarreados y dispersados por el agua, el hielo o el viento.

SUELO Y RELIEVE

Los movimientos verticales epirogénicos, ocurridos desde tiempos mesozoicos y que provocaron ascensos diferenciales, la erosión y la acción hídrica han moldeado el relieve de la región. Así, las mesetas formadas alternan con depresiones de origen tectónico -como la que contiene a los inmensos lagos Musters y Colhue-Huapi- (el Colhue Huapi está prácticamente seco y el Musters probablemente siga el mismo destino; a medida que Sarmiento y Caleta usen su agua); con cerros de aspecto de torre constituidos por núcleos basálticos; con un sistema de sierras bajas, muy erosionadas, los Patagónides -entre los que se destaca la sierra de San Bernardo-, originados en un plegamiento de sedimentos en el período Cretácico; con cañadones constituidos por antiguos lechos fluviales, y con los valles desmesuradamente anchos de algunos ríos que surcan la Patagonia de oeste a este. Estos fueron tallados por las aguas de deshielo, producidos al fundirse las enormes masas de hielo acumuladas en la cordillera durante las aglomeraciones del Cuaternario, en su carrera hacia el mar.

CLIMA

El clima de esta región ha cambiado dramáticamente, posibilitando hasta la existencia pretérita de selvas húmedas tropicales, durante el Cretácico, por ejemplo, la Patagonia estuvo cubierta de bosques de araucarias y poblada por dinosaurios, de los que hoy quedan restos fósiles; y la abundante paleofauna de mamíferos del Terciario permite suponer condiciones ambientales muy benignas. A partir del surgimiento de la Cordillera de los Andes, sin embargo, el clima ha ido adoptando sus características actuales de extrema inhospitalidad. Frío, con temperaturas medias anuales inferiores a los 10° C en casi todas partes, y mínimas absolutas de -15° C y aún menos, con heladas en casi todos los meses y nieve durante el invierno en buena parte de la extensión, sus vientos son, sin embargo, el aspecto más adverso para la vida. Soplando predominantemente del oeste, barren la Patagonia con fuerza y tenacidad, alcanzando velocidades de más de 100 km, y son causales de la exagerada sequedad. Puesto que los vientos húmedos del Pacífico son elevados por la Cordillera, se enfrían y descargan a su paso por ésta toda su humedad, y descienden por la vertiente oriental, ya secos, tomando humedad de las zonas que azotan, donde provocan una muy activa evaporación y crean condiciones de extrema aridez -un promedio anual de lluvias de 100 a 150 milímetros-. Los vientos que provienen del Atlántico, contra lo que podría esperarse, también son secos, puesto que se descargan antes de llegar al continente creando neblinas al pasar sobre las frías aguas de la Corriente de Malvinas. Así y todo, las zonas costeras disfrutan de condiciones algo más benignas debido a las húmedas brisas marinas y a la moderación de las temperaturas por influencia del mar.

DISTRITOS FITOGEOGRÁFICOS

El carácter de la vegetación de esa Provincia Patagónica, como la identifican los fitogeógrafos, está fijado por el enfrentamiento con la hostilidad del clima y con la pobreza de los suelos, arenosos-pedregosos, con escasa materia orgánica y bajo contenido de nitrógeno. Al igual que ocurre en el Monte, pero en mayor medida por ser aquí las condiciones más extremas, las plantas deben forzosamente tener un alto grado de adaptación a la defensa contra la sequía, el viento, y aun contra los herbívoros, ya que es importante conservar el follaje producido aquí con gran esfuerzo.

Así, muchas se desarrollan como cojines hemisféricos adosados al suelo, estructura particularmente eficaz frente a las condiciones más adversas dado que permite conservar mejor el calor y la humedad y ofrece menos resistencia al viento, y pueden ser tanto flojos, como en el caso del Neneo (Mulinum spinosum), una umbelífera, como compactos, tal la Yareta (Azorella trifurcata), de la misma familia, o la compuesta Brachyclados caespitosus. Los arbustos en este bioma suelen tener hojas muy pequeñas o enroscadas para minimizar la evaporación y cutículas gruesas o resinosas, y generalmente están erizados de espinas; las gramíneas crecen en matas bajas y compactas con hojas convolutas o plegadas, con alto contenido de silicio y gruesa cutícula, que las hacen duras y punzantes. Estos pastos, de los géneros Stipa, Festuca y Poa, reciben en conjunto el nombre de coirones. El crecimiento heteroblástico es otra de las adaptaciones exhibidas por muchas plantas de esta región: en años favorables solamente, desarrollan los brotes alargados, macroblastos, que aseguran el crecimiento del vegetal, mientras los braquiblastos, cortos tallos que se cubren de hojas, surgen de los primeros todas las primaveras. Lo que da por resultado matas de ramas aparentemente no divididas y cubiertas de hojas apretadas. Ejemplos de ellas son la Colapiche (Nassauvia glomerulosa), la Mata Negra (Junellia tridens) y la solanácea Fabiana peckii.

Como sería de esperar en una región tan vasta como la Patagonia y que abarca tan amplia gama de latitudes, el deslucido panorama vegetal, aparentemente homogéneo, presenta en realidad bastante diversificación pasando en algunos distritos de estepa arbustiva a estepa herbácea y cambiando marcadamente la integración de las comunidades. En su porción nororiental, Subdistrito Chubutense desde el punto de vista fitogeográfico, la comunidad característica de las mesetas es la Estepa de Quilenbai, Colapiche y Coirón Amargo (Stipa humilis Cavanilles), vegetación muy rala y baja que deja al desnudo por lo menos el 65% del suelo. Aquí las redondeadas matas de Quilenbai (Chuquiraga avellanedae), de medio a un metro de alto, impresionan como la principal cobertura vegetal, aunque alternan con los penachos pajizos de los coirones y con las matas enanas de Colapiche, que casi ni se despegan del suelo, pero que pueden resultar igualmente dominantes. Las primeras son arbustos ramosos de la familia de las compuestas,

El Semidesierto Patagónico, obviamente, ofrece pobres oportunidades de explotación agropecuaria. Así prácticamente no se realiza en él agricultura, por lo que este hábitat no resulta sustancialmente transformado; pero en cambio, la ganadería ovina, única posible, está ocasionando, a través de un casi generalizado sobrepastoreo, una continua desertificación del medio. La expresión más rica en diversidad y cantidad de vegetales y animales de esta Provincia Patagónica es el Subdistrito Chubutense. Esta resulta de particular interés porque, gracias a la influencia marina que atempera su clima y lo hace más húmedo, sostiene mayores concentraciones florísticas y faunísticas. Asimismo, al encontrarse junto al límite con la Provincia del Monte, incorpora, a modo de ecotono, algunas especies típicas de ella, tales el Piquillín (Condalia microphylla), el Alpataco (Prosopis alpataco) y el Monte Negro (Bougainvillea spinosa). Incluye también algunas facetas ambientales notables, como grandes salinas y una gran caleta de intrusión marina, con islas que han estado libres de explotación ganadera. Un área que podría constituir en valiosa reserva es la de la Meseta de Somuncurá, una mesa basáltica de 15.000 km2 de situación mediterránea -abarcando partes de las provincias de Río Negro y Chubut-, cuya altiplanicie tiene una altura de 1.000 a 1.500 m y que forma en sus bordes algunos cerros de 2.000 m. Las comunidades de este llano son típicamente chubutenses, mientras que sus faldeos entre los 900 y los 500 m dan lugar a un ecotono entre la Patagonia y el Monte. Poco explotada -apenas se practica algo de ganadería lanar-, mantiene saludables poblaciones de los animales patagónicos, y aún del Zorro colorado, fauna enriquecida aquí por algunos interesantes endemismos: en las numerosas lagunillas temporarias que salpican la altiplanicie -las aguas de lluvia y de deshielo se acumulan por varias semanas en los bajos arcillosos de cuencas hundidas-, habita Telmatobius reverberii, una bonita rana de piel moteada, con manchas redondeadas rojizas sobre fondo grisáceo; la mayor parte de las aguas se filtra a través del poroso sustrato basáltico de ese piso superior, para surgir en vertientes sobre los faldeos, que alimentan a los arroyos que bajan por sus quebradas, y en ellos existe otra rana endémica, Telmatobius somuncurensis. Del mismo modo que la flora, la fauna patagónica debe integrarse con especies aptas para vivir en este ambiente hostil, del que la sequedad constituye quizás el factor más adverso. Reaparecen por lo tanto en esta región muchos de los animales del Monte, otro bioma apto solamente para los adaptados a esa misma condición.


MAMÍFEROS DE LA ESTEPA



Las criaturas más características de estas estepas, que se destacan por su abundancia -allí donde no han sido perseguidas excesivamente- y por su porte o sus movimientos, son el Guanaco, el Choique, la Mara y la Martineta. La estampa del Guanaco (Lama guanicoe), como animal de mayor tamaño y de vida gregaria, es la que domina el paisaje. Habitualmente en grupos de 4 a 10 hembras con sus crías jóvenes -llamadas localmente chulengos- pastan y ramonean mientras el macho dominante oficia de centinela, ubicado a cierta distancia, preferentemente en algún lugar destacado si el relieve es ondulado. Su alarma, a la que las hembras responden poniéndose inmediatamente en movimiento, es un estridente relincho que, junto con el silbido del viento, constituye el sonido más típico de la Patagonia. La competencia por los harenes se traduce en violentas luchas entre machos en la época de celo -a fines de la primavera- en que, en modo típico de los camélidos americanos, se escupen a las caras, se alzan en dos patas y golpean furiosamente con las rodillas anteriores, e intentan morderse en el cuello, patas y testículos. Los grupos de machos solteros pueden ser muy numerosos, así ciertas congregaciones ocasionales, especialmente durante el invierno, y antes de ser sometidos a una activa persecución, podían contar hasta con algunos cientos.

En pareja o en grupos pequeños, las Maras (Dolichotis patagonum) suelen ser encontradas -en la porción norte de la Patagonia- en su curiosa actitud de reposo; se sientan sobre sus cuartos traseros y apoyadas sobre las patas delanteras, rígidas, pose que les debe permitir divisar a cualquier predador que se aproxime. Su organización social es la pareja, permanentemente próxima, que se mantiene de por vida, aunque una cueva comunal alberga a las crías jóvenes de varias madres. Los adultos pastan y ramonean en las cercanías, y regularmente cada madre, escoltada por el macho correspondiente, se acerca a la madriguera para amamantar, sentada, a los habituales mellizos que le salen al encuentro. Daría la impresión que aún abundan las maras siendo que han sido prácticamente extirpadas; las observaciones de Ramón Lista de 100 años atrás mencionando abundancia de maras en los alrededores de San Julián ya no son posibles en la actualidad ..."quedan algunas pocas en el Monumento Bosques Petrificados y en la zona de Puerto Deseado"... el hecho de la fidelidad de las parejas las torna muy vulnerables; al decir de paisanos de La Pampa: “mato a las dos para que no quede solita…”

Distinguibles aun a grandes distancias en virtud de lo bajo de la vegetación, las tropillas de guanacos alternan con los grupos de Choiques. Los mamíferos depredadores, que encuentran una buena fuente de alimento en estos u otros herbívoros de pelo y pluma, y que coinciden con los del Monte, son hoy cada vez más escasos en la Patagonia.

El Puma y el Zorro Colorado están casi restringidos a la parte oeste donde el relieve más complejo o la cercanía de los bosques subantárticos pueden esconderlos; los Gatos Montés y de los Pajonales (Leopardus colocolo), así como los Hurones Mediano y Patagónico, se encuentran rara vez; y el Zorro Gris Chico (Lycalopex gymnocercus) y el Zorrino Patagónico (Conepatus humboldtii), hasta hace pocos años abundantes, están en marcado retroceso por la caza de los ganaderos que los combaten (a veneno más que a bala y trampas; zorros, pumas y hasta perros) con la idea de proteger al ganado… basta ver sus osamentas (sin cuerear!) colgadas de los alambrados al lado de las tranqueras de ingreso a las estancias… El predador más enigmático es el Lestodelfo Patagónico (Lestodelphys halli), un marsupial parecido a una zarigüeya -de apenas 14 cm de largo, sin la cola- que, a pesar de ser endémico a este bioma, sólo se conoce por unos pocos ejemplares encontrados. Obviamente se sabe muy poco de sus costumbres, aunque se supone que su dieta principal la constituyen pequeños pájaros.


AVES DE LA ESTEPA



El Choique (Rhea pennata), más pequeño y robusto y de coloración parduzca salpicada de blanco, reemplaza aquí al Ñandú más común en el Monte, Pampa y Chaco. Una imagen típica la constituye el grupo compuesto por varios ejemplares jóvenes -una docena y aun más- acompañados por un macho adulto, su progenitor. Pequeños conjuntos de Martinetas Copetonas (Eudromia elegans), un macho con un par de hembras o acompañado por su prole, recorren el suelo animadamente apareciendo y desapareciendo tras los arbustos en su búsqueda de semillas, brotes, insectos, gusanos u otros invertebrados. Mientras estas crestadas Martinetas son habitantes típicos de las estepas de Quilenbai y Coirones Amargos, los Distritos Occidental y Santacrucense exhiben otro tinámido de mayor tamaño, el Quiula Patagónica (Tinamotis ingoufi), que deambula por los pastizales y se refugia entre la Mata Negra (Mulguraea tridens). Parecidas a pequeñas perdices, se encuentran comúnmente otras aves terrícolas que también se alimentan de brotes y semillas, y que se nuclean en bandadas numerosas. Son las agachonas, que constituyen una familia Thinocoridae exclusiva de las zonas esteparias y montañosas de Sudamérica. De ellas, es la Agachona Chica (Thinocorus rumicivorus) la que está distribuida por toda la región, mientras las Agachonas de Collar (Thinocorus orbignyianus) y la Patagónica (Attagis malouinus) están limitadas a sus porciones occidental y austral. Observando la base de las matas se notará la abundante presencia del Cuis Chico (Microcavia australis) el menor de los cobayos silvestres. Viven en pequeños grupos con una madriguera comunal de varias entradas, y pasan varias horas del día ocultos en la sombra de los arbustos, cruzando a la carrera el espacio abierto entre uno y otro, cuando se desplazan.

Las rapaces de este bioma incluyen a la mayoría de las características del vecino Monte: al Aguilucho Ñanco (Geranoaetus polyosoma), Águila Mora (Geranoaetus melanoleucus), al Carancho (Polyborus plancus) (Caracara plancus), al Chimango (Milvago chimango) ( Polyborus chimango), al Halconcito Colorado (Falco sparverius), al Halcón Plomizo (Falco femoralis), al Halcón Peregrino y al Gavilán Ceniciento; pero mientras éstas son escasas en la parte oriental, son en cambio muy numerosas al oeste, en las cercanías de los contrafuertes andinos. También están presentes algunas de las aves rapaces nocturnas de amplia distribución en el país, tales la Lechucita Vizcachera (Athene cunicularia), el Lechuzón de Campo (Asio flammeus) y la Lechuza de Campanario (Tyto alba), y sin olvidarnos del Ñacurutú (Bubo virginianus) típica de los ambientes andinos y patagónicos, que encuentra refugio preferentemente en quebradas y cañadones. Cuando la noche cubre la estepa, hacen su aparición los Atajacaminos. El Atajacaminos Ñañarca (Caprimulgus longirostris), realiza vuelos bajos, sorpresivos e irregulares. Otra figura habitual de estas estepas es el Chorlo Cabezón (Oreopholus ruficollis), que patrulla en bandadas sus espacios abiertos en búsqueda de invertebrados, interrumpiendo sus cortas corridas a paso veloz para enderezarse y adoptar una pose erguida en la que se destaca la mancha negra de su vientre.

En estos ambientes sin árboles aun la mayoría de las aves menores, los paseriformes, deben frecuentar el suelo. Así son varios aquí los furnáridos terrícolas, como la Caminera Estriada (Geositta cunicularia), la Bandurrita Patagónica (Ochetorhynchus phoenicurus) y la Bandurrita Esteparia (Upucerthia dumetaria), todos ellos de inconspicuos plumajes ocráceos, típicos de su familia. Y entre los tiránidos también se ha desarrollado un género terrícola, las Dormilonas (Muscisaxicola) cuyas numerosas especies habitan las estepas o terrenos rocosos altoandinos, puneños o patagónicos, y la Monjita Chocolate (Neoxolmis rufiventris), que con su tamaño -entre los mayores de la familia- y su atractivo plumaje, combinación de gris, blanco, negro y canela, se destaca claramente de los campos que recorre. Dentro del follaje arbustivo se desplazan otros furnáridos como Canasteros y Coluditos. El Coludito Copetón (Leptasthenura platensis) y el Coludito Cola Negra (Leptasthenura aegithaloides) son notables por sus largas timoneras. En cuanto a los Canasteros los más comúnes de observar son el Canastero Pálido (Asthenes modesta) y el Canastero Coludo (Asthenes pyrrholeuca). Las bayas y frutos de muchos de los arbustos, y las semillas de las gramíneas, constituyen una abundante fuente de alimento que explotan los fringílidos. Esta resulta así la otra familia de pájaros bien representada en este semidesierto: la Diuca (Diuca diuca), los Yales Negros (Phrygilus fruticeti, actualmente Rhopospina fruticeti), los Comesbos Andinos (Phrygilus gayi), los Yales Australes (Melanodera melanodera) sobre la cordillera más al sur y los Yales Andinos (M. xanthogramma) en las altas cumbres.

Un acompañante infaltable en cualquier momento y lugar es el Chingolo (Zonotrichia capensis). Muchas de estas aves deben emigrar al norte durante el inclemente invierno patagónico, por lo que las bandadas de Chorlos Cabezones, de Agachonas, de Monjitas Chocolate, de Diucas y de Yales Negros, entre otras, se incorporan en esa estación a las faunas de la Pampa o el Monte. La más conspicua de estas migratorias es el Cauquén Común (Chloephaga picta), uno de los típicos gansos salvajes sudamericanos que los españoles, a raíz de sus plumajes barreados, confundieron con las avutardas del viejo mundo. Frecuentan las vegas patagónicas donde encuentran las verdes gramíneas que apetecen, y aparecen en invierno en los pastizales pampeanos.


OTROS SERES DE LA ESTEPA



Mucho menos obvios son otros roedores también comunes, como los Tuco-Tucos (varias especies del género Ctenomys), y algunos ratones, como la Rata-Conejo (Rheithrodon auritus). El más atractivo de estos cricétidos es el Pericote de Darwin (Phyllotis xanthopygus), de grandes orejas y cola larga, que puede ser visto saltando a modo de canguro en su carrera, caso notable de convergencia con los Gerbiles y Ratas-Canguro de otras zonas desérticas del mundo. Otras con comportamiento similar son las lauchas sedosas Eligmodontia typus. Las áreas rocosas de la Patagonia Occidental, y en particular las más abruptas, están habitadas por un simpático personaje, la Vizcacha de la Sierra o Chinchillón (Lagidium viscacia). Del tamaño de un conejo, con enormes orejas y una espesa cola que suelen llevar levantada sobre el dorso, estos roedores corren y saltan por rocas y cornisas con fantástica agilidad y seguridad. Sus refugios son grietas, túneles o cuevas, pero pasan la mayor parte del día asoleándose, dedicándose a alimentarse de pastos y líquenes al atardecer.

Entre los mamíferos que se encuentran con frecuencia están los omnívoros armadillos, representados en esta región por dos especies de quirquinchos o peludos, el Pichi Patagónico (Zaedyus pichyi) y el Peludo (Chaetophractus villosus), que, como se ha visto, existen también en el Monte y la Pampa, respectivamente. Existe un cazador, pero limitado a los insectos, único quiróptero de la región, el llamado Murciélago Orejudo (Histiotus montanus), cuya amplia distribución abarca todo el país, y que en esta zona usa arbustos por refugio diurno. Usa construcciones abandonadas.

Entre las criaturas menores de la región se cuentan algunos reptiles de proporciones modestas: algunas lagartijas del género Liolaemus se asolean sobre la tierra desnuda y buscan refugio entre las matas, en cuya base se encuentran sus cuevas; los lagartos de piel adornada con manchas de vistosos diseños, los Matuastos (Leiosaurus belli y Diplolaemus bribonii), con sus gruesas cabezas parecen prehistóricos tiranosaurios en miniatura -tienen unos 20 cm de largo- que cazan fundamentalmente escarabajos; ocultos durante el día, pequeños geckónidos (Homonota darwini) capturan insectos en las horas del crepúsculo y de la noche; una única serpiente venenosa, la Yarará Ñata (Bothrops ammodytoides) representa, en versión reducida, pues sólo mide unos 40 cm, a la familia de los crotálidos en este bioma. Su rasgo más notable, aparte del tamaño pequeño, lo constituye su hocico respingado.


FORMACIÓN DEL MONTE


El Monte (área en marrón) es una de las regiones áridas más extensas del país, en la cual domina la estepa de arbustos, encontrándose árboles sólo donde condiciones particulares lo permiten. Esta provincia fitogeográfica se ubica en su totalidad dentro de la Argentina, formando una faja de ancho variable al este de la Cordillera de los Andes. Nace en el sur de la provincia de Salta y corre paralela a la cordillera hasta la provincia de Neuquén, donde gira hacia el este para concluir sobre la costa atlántica entre el sur de Buenos Aires y el centro de Chubut. Sus límites precisos han sido motivo de largas controversias, pues forma grandes ecotonos con la vegetación de las otras regiones, con la Patagonia por el sur y el oeste, con el Espinal y el Chaco por el este, y con la Prepuna por el noroeste. Hacia la cordillera los cambios son más bruscos, ya que las alturas suben abruptamente.

En el Monte se pueden distinguir dos comunidades climáxicas de vegetación, siendo la más característica el Jarilla. Es una estepa de arbustos de a 2,5 metros de altura en la cual dominan Zigofiláceas de follaje permanente, con neto dominio de las Jarillas, Larrea divaricata, L. cuneifolia y L. nitida. Son arbustos ramificados desde la base, con hojas pequeñas, siempre verdes y resinosas, cuya muy baja digestibilidad los protege de los herbívoros. Todas poseen flores amarillas y al ser la vegetación dominante dan la fisonomía característica a la región. Una adaptación notable presenta L. cuneifolia con todas sus hojas orientadas de este a oeste y perpendiculares al suelo, con lo que logra que la incidencia del sol sea mínima en las horas de más calor. Otros arbustos frecuentes en el jarillal son el Monte Negro (Bougainvillea spinosa), la Lata (Prosopis torquata), endémica del Monte, o el Ardegras (Chuquiraga erinacea), aparentemente así llamado por arder con facilidad en forma semejante a la grasa. Hay plantas que en una adaptación extrema a la sequía han perdido sus hojas asumiendo los tallos la función fotosintética, como la Pichana (Senna aphylla), que en primavera se cubre totalmente de flores amarillas, poniendo una nota de color en la gris aridez de la región, o la Mata Sebo (Monttea aphylla) de gruesos tallos verdes sobre los que crecen pequeñas flores de color violeta. Estos arbustos perennes han desarrollado distintas adaptaciones a la sequía, en tanto la estrategia de las plantas efímeras es totalmente diferente, ya que pasan gran parte del año como semillas y germinan, crecen y florecen en un breve período luego de las lluvias, escapando así a la crónica falta de agua. Presentan mínimas características xerofíticas o carecen de ellas, y su esfuerzo se limita a un desarrollo veloz, con raíces superficiales que captan el agua antes que se pierda por percolación o evaporación, produciendo gran cantidad de semillas para asegurar la supervivencia de la especie, repitiéndose el ciclo a la siguiente temporada. Son típicas varias especies de pastos, como Bouteloua aristidoides, B, barbata y Eragrostis cilianensis o la compuesta Pectis sessiliflora.

SUELO Y RELIEVE

La fisiografía es ondulada, sin grandes elevaciones montañosas, alternándose los bolsones, llanuras, arenales, mesetas y laderas de montañas. Lo más característico son los bolsones, que consisten en depresiones de fondo plano, denominadas «playa», «salar» o «barrial» según su composición. La falta de agua y las altas temperaturas crean condiciones poco propicias para e] desarrollo de la vida, por lo que la flora y la fauna han adoptado muy diversas estrategias para habitar esta región.

CLIMA

Pese a abarcar una extensa superficie, con grandes diferencias de latitud, entre los 27° y 44° latitud sur, existe uniformidad en su flora y en su fauna, debida a las condiciones climáticas similares de toda su extensión. En su aridez influyen los grandes movimientos de aire de nuestro planeta, que producen una faja de regiones desérticas entre los 15° y 30° en cada hemisferio, aquí acentuada al sur por la Cordillera de los Andes que detiene los vientos húmedos del Océano Pacífico, al igual que lo hacen las Sierras Pampeanas al norte con la humedad proveniente del Atlántico. Por ello las lluvias son escasas, varían entre los 80 y 250 mm anuales, y la mayoría se concentra en forma torrencial en unas pocas ocasiones, pese a lo cual no hay registrados períodos mayores de nueve meses sin precipitaciones. La escasez de días nublados hace que la irradiación solar sea intensa, variando las temperaturas medias entre 17,5° C al norte y 13,4° C al sur. Pueden diferenciarse dos tipos de clima, actuando el Río Colorado como divisor. Al norte las infrecuentes lluvias se concentran en el verano, y se le denomina tipo climático subtropical, en tanto al sur se le llama mediterráneo, con las precipitaciones repartidas en forma uniforme, siendo el verano la estación seca debido a la mayor irradiación solar. Acorde con la aridez del Monte, los ríos que lo atraviesan tienen sus nacientes en lugares más húmedos, en general en la Cordillera de los Andes, alimentándose con agua de deshielo.

DISTRITOS FITOGEOGRÁFICOS

El carácter de la vegetación de esa Provincia Patagónica, como la identifican los fitogeógrafos, está fijado por el enfrentamiento con la hostilidad del clima y con la pobreza de los suelos, arenosos-pedregosos, con escasa materia orgánica y bajo contenido de nitrógeno. Al igual que ocurre en el Monte, pero en mayor medida por ser aquí las condiciones más extremas, las plantas deben forzosamente tener un alto grado de adaptación a la defensa contra la sequía, el viento, y aun contra los herbívoros, ya que es importante conservar el follaje producido aquí con gran esfuerzo.


AVES DEL MONTE



Entre matas y arbustivas, son frecuentes las aves terrícolas, destacándose por su tamaño el Ñandú (Rhea americana), y existiendo varias especies de Tinámidos, tales la Martineta Copetona (Eudromia elegans), el Inambú Montaraz (Nothoprocta cinerascens) y el Inambú Pálido (Nothura darwinii). Estos, como los ñandúes, se reproducen mediante la puesta de los huevos por parte de varias hembras en un mismo nido, siendo el macho el responsable de la incubación y el cuidado de los pichones. Llamativos colores uniformes, con brillo de porcelana, caracterizan a los huevos de estas mal llamadas «perdices». Las aves, como los reptiles, y a diferencia del resto de los vertebrados, usan ácido úrico, insoluble en agua, para eliminar sus residuos nitrogenados lo que les permite concentrarlos perdiendo muy poco líquido. Son homeotermos con una eficaz capa aislante en su plumaje, gozan de amplia capacidad de traslación mediante el vuelo y sólo pierden agua en días muy calurosos a través de la respiración, por lo que están mejor adaptados que los mamíferos para vivir en lugares áridos y fríos. Es común observar el vuelo planeado de alguna de las dos especies de jotes que la habitan.

Al Jote Cabeza Negra (Coragyps atratus) se le puede hallar en gran cantidad allí donde se encuentra el cadáver de algún animal. De color totalmente negro, en su silueta en vuelo se destacan dos manchas claras en las alas y una cola más corta que la del Jote Cabeza Colorada (Cathartes aura). Este poseería un olfato muy desarrollado, gracias al cual, volando a baja altura como acostumbra a hacer, podría ubicar la presa o despojos de algún animal muerto de que se alimenta. El Carancho y el Chimango, de la familia de los falcónidos, completan el espectro de carroñeros alados. Pero también existen entre las aves de rapiña auténticos cazadores, como el Aguilucho Ñanco, especializado en la captura de pequeños roedores, el Halcón Plomizo que depreda aves, o el Águila Mora, que caza ratones, cuises, otras presas de tamaño mediano e incluso predadores como el Zorro Gris Chico. Hay halcones menores como el Halconcito Colorado de amplia distribución en América, con una dieta basada en gran parte en insectos, además de roedores, pájaros y reptiles, y otra especie endémica del centro de la Argentina y casi exclusiva del Monte, el Halconcito Gris (Spiziapteryx circumcinctus), que acostumbra a nidificar en cactáceas huecas. El Loro Barranquero (Cyanoliseus patagonus) de cola larga y tamaño mediano, nidifica en forma colonial en cuevas construidas en barrancas y acantilados, poniendo dos huevos y en bullangueras bandadas, de hasta 200 o más individuos, recorre los campos en busca de su alimento formado principalmente por semillas.

Entre los paseriformes dominan las especies de colores pardos, varias con hábitos cavícolas, estando bien representada la familia de los furnáridos de origen neotropical. Podemos citar al Cacholote Pardo (Pseudoseisura gutturalis) depredador de escala reducida, de pico fuerte, que se alimenta de insectos grandes o sus larvas, pudiendo capturar también pequeños reptiles. La Bandurrita esteparia (Upucerthia dumetaria), inconfundible por su largo pico curvado hacia abajo, es una de las especies que vive en cuevas, pudiendo estar la entrada a la galería que hace las veces de nido, directamente sobre el suelo o en la pared de alguna pequeña barranca.

Los rinocríptidos como el Gallito Copetón (Rhinocrypta lanceolata) o el Gallito Arena (Teledromas fuscus) prefieren correr antes que volar, y es frecuente abrirse camino entre los arbustos, a gran velocidad, con su cola siempre apuntando al cielo. En invierno se hacen conspicuas las bandadas de fringílidos, compuestas muchas veces por distintas especies, más abundantes en las zonas arboladas, existiendo variación específica de norte a sur. Un dominante de la bandada en el sur suele ser el mencionado Yal Negro, en tanto en el centro norte la Diuca. Varios tiránidos recorren los arbustos en busca de los insectos que conforman su alimento, tal como el Sobrepuesto Austral (Lessonia rufa), ave migratoria, que recorre andando las costas de cuerpos de agua y con cortas corridas o vuelos atrapa su alimento.